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Recuerdo De Un Verano

Actualizado: 20 jul 2021


No estoy segura de exactamente cuántos años tendría en aquel entonces, pero estoy segura que no pasaba de los ocho, unos seis años habré tenido, quizás.


Desde pequeña fui una auto-proclamada exploradora, me gustaba observar las cosas, y buscar ¿qué buscaba? Quizás ni siquiera lo sabía, quizás buscaba simplemente por la emoción de buscar, o quizás mi mente que ya hace tiempo ha abandonado aquella etapa de la niñez, y con ello la capacidad de encontrar “magia” en cada cosa, ya no lo recuerde más.


Bueno, aquello de ser una “exploradora” no me dejaba en ningún momento, y un lugar como la playa, en el que si bien ya había estado anteriormente, pero que en gran medida me seguía siendo desconocido, era claramente el ambiente perfecto para llevar a cabo una de aquellas búsquedas, una en las que posiblemente terminaría “descubriendo” algo nuevo ¡Y vaya que lo hice!


Aprovechándome del descuido de mi madre, quien en aquel momento se mantenía bastante ocupada con mi pequeño hermano, que para entonces no pasaba de los dos años, comencé a alejarme. Mis pies recorrían la arena, marcando paso por paso, buscaba cochas y rocas, vestigios varios de ausencias y presencias, hasta que poco a poco todo se apilaba en las bolsas de mi bata blanca.


Cuando estuve satisfecha con lo que había encontrado, comencé a acercarme cada vez más a la orilla del mar, mojando mis pies con la fría agua, poco a poco, y cada vez más adentrada, hasta que ésta ya había alcanzado el ras de mi bata. Un momento y no me tuve más. El mar me tenía, y se aferraba a mantenerme dentro de él, como si yo tuviese algo que le perteneciera y no cediera. Después de ello me recuerdo tratando de salir, tragando agua salada, volviendo y regresando. Sinceramente, ni siquiera me atrevo a hacer una suposición de cuanto tiempo estuve ahí, pero estuve… y estuve… y estuve en lo que yo percibí como un interminable bucle.


Cuando intenté lo suficiente, se volvió una opción detenerme, y lo hice, no intenté nada más, me quedé ahí, y en un acto inesperado el agua, al igual que yo, se tranquilizó. Un momento en que me vi hundiendo, un momento que me hizo caer en cuenta que aquello era todo, que me estaba yendo… un momento más que me hizo darme cuenta de que no quería hacerlo, o que aunque quisiese ese no era mi tiempo, y que me hizo precipitadamente volver a intentar.

Estaba fuera del agua.


Cuando pude ser consciente de mi alrededor, me di cuenta que no había nadie cercano a mí, nadie me miraba, y nadie se había dado cuenta siquiera de que yo había estado ahí. Me llegó de lleno el hecho de que nadie me hubiese salvado, y que por ende, probablemente me hubiese ahogado. Descubrí aquel día qué tan fuerte es la naturaleza, y qué pequeña y efímera yo.


Guardé mis conchas, las piedras y los vestigios, igual que guardé el secreto de que aquel día estuve a punto de dejarme llevar por el mar, y ser una finita parte de él. No se lo dije a nadie, en parte porque quise evitarme un regaño de mi madre, y porque lo consideré un secreto entre el mar y yo. Desde entonces admiro al océano por su inmensidad, brutalidad, y belleza.


Aquel día además, me uní de una extraña forma al mar, y al agua en general. Porque sé que ese día me he llevado una parte de él que conservo aún profundamente en alguna parte de mi ser, y que en el tiempo en que sí sea mi tiempo, este reclamará, y yo, finamente cederé. El mar reclamará lo que ese día dejó salir de él.



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