Me concebí ahí, sin ser, sin ser esencialmente. Caí en cuenta de que no fui, de que si antes había sido, ahora no lo era, que no era más que lo que los demás asociaban a mí, a mí que no era mi yo, a mí que no era más que carne; un cuerpo desterrado, arrancado de su ser que lo hacía ser.
Era entonces memoria, más no la mía, era los recuerdos de otros que de mí tenían; asociados a lo que se percibía en mi ausencia; recuerdos y memoria de la que yo carecía. Era, más no era.
Probablemente, y con certeza, nunca fui, y de ello mí agonía; de comprender finalmente que no soy, que mi intención o deseo de ser, no va más allá de ello, del querer y desear ser; que por más explicaciones, que por más intentos, no soy y no seré.
Que por un momento, que fueron todos mis momentos, fui, sin ser.
Que por un momento fui cuerpo, carne, más no esencialmente fui.
Que mi tiempo nunca fue mi tiempo, sino simplemente eso que yo percibía; no más que una alegoría que se desarrollaba mientras yo me desvanecía. Porque, ¿qué fui yo sino ausencia? ¿sino olvido y pena?
Fui aire, más no el que respiré,
que fui ceniza, más no la que me formó,
que fui esencia, más no la propia.
Y fui, fui muerte, esencialmente la mía;
y ¿qué es la muerte más que olvido y vacío?…
¿Quién soy cuando no soy?
Y ¿qué soy cuando soy?
¿Acaso en algún momento fui?
¿Soy lo que percibo o lo que los demás sobre mí?
¿Soy la presencia de mis miedos o el susurro de mis sueños?
Soy, quizás todo aquello soy.
O no soy, quizá la nada soy,
la nada soy…